lunes, 7 de julio de 2008

sintesis

Texto que decanta desde la pieza breve de Tennessee Williams titulada “Háblame como la lluvia”. Inspiración sostenida en la trayectoria del tiempo en que fue leída y el tiempo en que fue propuesta. Negación de ver en la brevedad catalogada ,un episodio parcial de las miserias ciudadanas. Intuición arribada por preguntarse lo que resta entre la belleza acabada del texto del autor norteamericano y la impericia de las actuaciones logradas. Astucia por poner en el ruedo de la reflexión casual pos ensayo, la intriga acerca del sentido sumergido, aún no avizorado en los parlamentos. Gratitud, registrada, a esos iniciales actores que prestaron voz de duda, ocurrencia y auto análisis, por dar y no dar sistemáticamente en la tecla de lo que mal anda en la escena. Visión primera del núcleo temático, lo roto el amor, como pareja impensable espeluznante del continuo encuentro. Desestimado por dos que, en un ritmo de síncopa, se hablan y son hablados por sus cuerpos, que no renuncian. Necesidad ,que resulta ventajosa, de escribir otro texto en base a la misma estructura interpretada.
Segunda visión de puesta en fuga de ese cuarto habitación cama ventana hacia las latitudes del afuera. El mapa socio histórico de las fuerzas que hacen ruinas. Un resultado sonoro y coloro. Tercera puesta en visión: ¿y qué de mí coló por el redil del objeto? Sobre el final la respuesta, que llegó cuando pudo formularse pregunta: ¿Qué me gustaba de esta maravilla atormentada de Tennessee Williams?

Entrevista

Entrevista realizada a Laura Lago, directora de “No tendré cuerpo”. Septiembre de 2006.
La visión de un poeta muerto

Por AF
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A.F.: Dirigís, sos la responsable de la puesta en escena y la dramaturgia de No tendré cuerpo. ¿Cómo definirías la obra?)
L.L.: Bueno, suena a demasiado. No tendré cuerpo es un texto escénico inspirado en el mundo dramático de Tennessee Williams. Después de un año y medio de trabajo, arribamos a un texto propio donde apostamos a que las imágenes que materializamos escapen del corsé del realismo académico, para vivificar una metáfora de la rotura sobre la cual todo amor se desliza.

A.F.: ¿Podrías hablarme de esta metáfora a la que aludís?

L.L.: Esta metáfora es una suma, una cifra. Una cuenta que cierra en nuestros libros. Es lo que se ha podido averiguar, acerca del universo dramático de Williams y la llaga desde donde nos habla. Claro, no se me escapa que palabras como amor son enormes en cuanto a su posible significación; aunque este entendimiento, ese instante en que uno cree descubrir de qué se trata lo que hace, representa la piedra de roseta, algo que sin estar resuelto de ninguna manera, sirve de norte para el director (norte fantasmal la mayoría de las veces, hay que decirlo) y de confiada incertidumbre para los actores.

A.F.: ¿Qué papel juegan los actores, entonces?

L.L.: Según yo veo la cuestión de la actuación, debería estar prohibido que los directores les dijeran a sus actores lo que deben hacer, aprovechándose del hecho de haber descubierto el tema sumergido del texto. No son muñecos los actores, aunque a veces se presenten así en los ensayos. Siempre quieren vivir la cuestión, y vivir es siempre a la manera de uno. Así es que lo que decida hacer el director una vez que tuvo la intuición poética, determina la dinámica que se establece en el grupo. Parece que la matriz del diálogo a partir de ese momento es: “no te voy a decir lo que tenés que hacer, porque lo que tenés que hacer es, sencillamente, lo que haría el personaje en sus circunstancias”. Sigue siendo ineludible el método de las acciones físicas. Y el actor suele responder de una manera algo fastidiosa aunque se encargue de disimularlo con sonrisas y entonaciones de humildad: “he considerado las circunstancias y actuado en consecuencia, no veo qué es lo que me sale mal o no te gusta, director, que pareces no saber lo que buscas”. (Risas)

A.F.: ¿Qué decisión tomás en esas circunstancias?

L.L: Frente a esta actitud, creo que hay que pensar en un hijo adolescente y no desestimar lo que subyace al reclamo. Lo único que tomo de la reacción del actor en estos casos, es su mención mas o menos explícita (aunque siempre sentida) a la ignorancia del director. Digo: “Sí, hijo mío, no sé a ciencia cierta lo que busco, porque lo que busco deberías buscarlo tú mismo ya que al teatro lo hacen sus actores. No importa el error, ni cuánto nos lleve el errar hasta encontrar el camino. Pero hay algo que sí sé y en lo que me tendrás pendiente como una espada sobre tu alma, y es que nada sucederá en verdad en una escena si no está el actor encarnando las preguntas que, él mismo, como ser viviente, se haría al verse arrojado a las circunstancias que constituyeron a los personajes”.

A.F.: ¿Una especie de bumerang elegante?

L.L.: Claro, definir técnicamente las circunstancias dramáticas es la dimensión de análisis intelectual que todo actor debe saber hacer. Y “arrojarse” a las circunstancias, mitad imaginarias mitad materiales de la escena teatral seria, para mí, dominar la técnica de la improvisación y la indagación activa en la primera etapa hacia la configuración de un personaje. Un extremo del bumerang, ineludible ya que de eso se trata el oficio. Lo otro, hacer el esfuerzo por encarnar las preguntas vitales del personaje prestando para ello la propia sangre, es una elección que en el teatro de arte es casi obligatoria aunque a menudo la traicionemos.

A.A.: ¿Cuál sería el rol del director entonces?

L.L.: Cuando el rol del director recae también sobre una persona que no es ninguno de los actores, pienso que es responsable de proveerse la cantidad de ensayos que necesite, hasta arribar a ese momento de intuición poética. Esa intuición vendrá, si hay suerte, con un germen que guiará la exploración formal de los ensayos. Esta responsabilidad incluye, desde mi punto de vista, estimular a cada actor para que encarne en escena las preguntas técnicas, éticas y estéticas que harán verdadera una actuación. Pienso que esto es condición, aunque no garantía, de la acumulación y la repetición del resto que es el personaje teatral.

A.A.: ¿Cómo comenzó el proyecto?

L.L: El proyecto surge en el 2004, en el marco de un Taller de formación para el actor, que dictaba en “El Cenáculo” de Necochea, espacio del cual fui co-fundadora. Otros dos actores que ya no están en el elenco me propusieron ensayar con un texto breve de Tennessee Williams, lo pensé y les hice una propuesta de acción.

A.F.: ¿Qué les propusiste?

L.L.: Que nos encontráramos durante dos meses, dos veces por semana, en la sala de ese espacio cultural. Según el plan que teníamos, nos dedicamos a crear un material propio de cada actor que guardamos en secuencias de acciones. Las acciones surgían a partir de estímulos relacionados o no al mundo dramático y referencial del texto. A este material lo analizamos según principios de las técnicas extracotidianas del uso del cuerpo. Buscábamos con estas preguntas técnicas poner en evidencia una corporalidad dramática perceptible en el movimiento, y no un tipo de movimiento interesante pero vacío de lo que, me parece, hace a lo singular del trabajo del actor teatral en cualquier registro estilístico o de género.

A.F.: ¿Por qué te decidiste por ese modo de trabajo?

L.L: No me parecía que debíamos arrancar los ensayos explorando las situaciones dramáticas contenidas en el texto de la obra. Más tarde pude conceptualizar la razón de esta decisión Sencillamente no quería entrar al texto en la forma habitual que estaba acostumbrada a ver. Es más, les propuse a los actores, que también eran mis alumnos, empezar por un lugar totalmente diferente al que sugería en las clases.

A.F.: ¿A qué te referís cuando decís “corsé del realismo”?

L.L.: Yo conocía la obra de Williams, había estudiado actuación con sus escenas según el método de las acciones físicas. Sinceramente, siempre sentí que esa metodología aplicada linealmente a las escenas no era lo que las hacía funcionar. Por suerte, mi profesor de aquellos años era un artista del teatro, un director que no se conformaba con lo correcto. Quiero decir que para que el “vuelo poético” de los personajes apareciera, este docente, tenía que perturbar la lógica, digamos universal, de las acciones en por lo menos dos sentidos: negando autonomía al sujeto de la accion, instaurando el decir como acto fundamental de la escena. Te quiero aclarar que el hecho de que una metodología no baste para hacer una poética no fue un gran descubrimiento de mi parte, simplemente te cuento desde cuándo me vengo preguntando algunas cuestiones.

A.F.: ¿Por qué decís que la metodología no alcanzaba para hacer funcionar las escenas?

L.L.: Se veían actores que decíamos los bellos textos a disgusto o con “mal gusto”, y acciones físicas correctas que parecían no tener nada que ver con el alma humana. Para que empezaran a funcionar había que hacer algo más que analizar los elementos de la estructura. Los personajes de Williams son verosímiles a nivel de la literatura pero en cuanto te ponés a actuarlos queda en evidencia que la complejidad que los hace tan terriblemente humanos se te escapa por completo. Parecieran que ni ellos mismos saben por qué hacen lo que hacen. En el proceso de “No tendré cuerpo”, el tema de la no-autonomía del sujeto, lo resolvímos introyectando, como impedimento o mandato físico, alguna de las presumibles circunstancias sociales que habían estado en el pasado del personaje. Las acciones comenzaban a encajar con la poesía cuando el actor se permitía escucharse a sí mismo como personaje ya existente. Los parlamentos comenzaban a funcionar como manifestaciones monológicas que transformaban al propio actor casi sin quererlo y transformaban al partener si este lograba escuchar la música.


A.F.: ¿En qué momento se encuentra el trabajo actualmente?
L.L.: En este momento estamos buscando el espectáculo. Es decir una visión de montaje que no desdiga el tipo de exploración que tenemos, y que empiece a jugar con el lugar de la recepción. Este nuevo problema nos está llevando a decidir - descubrir qué se muestra y oculta de los discursos que el pequeño mundo dramático que hemos creado tiene sobre los múltiples y caudalosos discursos del mundo, digamos real: el famoso mundanal ruido.